El Cuento
Era un día maravillosamente diáfano y claro, con la luz y transparencia de esos días que prosiguen luego de una lluvia torrencial, en la que el cielo ha explotado en torrentes de milagrosa agua. Desde la orilla del río podían escucharse las voces de la gente que paseaba disfrutando de las caricias deliciosas del sol y de la brisa.
En esos instantes donde toda la Creación irradiaba armonía Marysol, sentada en medio de los árboles, añosos y sabios Maestros del Reino Vegetal, pudo sentir el canto de un pájaro que sonó como un llamado que hirió su corazón. Desde la herida percibió que comenzaban a desprenderse cáscaras y caparazones petrificados que hasta ese momento habían permanecido adheridos fuertemente al pobre órgano, dejándolo aprisionado, casi asfixiándolo. Luego, otros pájaros se sumaron al canto inicial llegándose a formar una bella melodía que la impulsaba a adentrarse más y más en el interior de su Ser, conectando con su Espíritu. El agua del río que con la lluvia había aumentado su caudal, golpeaba contra las piedras cual tambores que acompañaban el canto de los pájaros. A su vez, las voces y las risas de los niños aportaban sus sonidos de modo que resonaba un hermoso concierto. El suave viento traía un exquisito perfume de naturaleza en aroma de frutos, flores, hojas aún húmedas y de tierra despertando. Los árboles danzaban grácilmente al compás del viento, quien así se sumaba a la música. Marysol también pudo percibir la belleza de los colores y las formas en aquel Paraíso Terrenal donde resaltaban los verdes, los azules, los rosas y dorados. Una mariposa de alas violetas y con un centro brillante de color naranja revoloteó antes sus ojos para luego posarse en su cabeza, danzando con sus alas.
La Tierra húmeda mostraba sus matices de marrones y rojos y descubría sus dones minerales en gemas y piedras blancas, rosadas, esmeraldas, violáceas y plateadas de brillante mica.
Fue entonces cuando Marysol pudo darse cuenta que caía el último trozo de cáscara seca y quebradiza y su corazón dio un brinco casi saltando de su pecho. Ahí, amando Todo y sintiéndose amada por Todo, le llegó el impulso de bailar en conexión profunda con la Madre Tierra y la Música Sagrada que la Creación emanaba. Sintió que era un Dios Creador capaz de crear nuevamente Todo el Universo.
En medio del baile, cayó a la Tierra para rendirle el homenaje de crear con sus elementos las piedras, las hojas, las ramas, el agua, la arcilla, las flores, formando con sus manos hermosas figuras de algún significado oculto que ella no comprendía pero que era profundamente sentido.
También pintó en sus vestidos, con las tintas de las flores, estrellas y soles y planetas y mares que bramaban en olas portentosas y bailaban en su falda en la gran melodía del Cosmos. Al tiempo, empezó a cantar y reír y danzar en movimientos circulares que ascendían y descendían, contraían y expandían su luz rítmica y mágicamente.
Mientras, una voz dulce y firme a la vez, brotaba desde su corazón libertado, pronunciando a los cuatro vientos:
“Educa, educa, educa…”