LA MAESTRA ANTONIA
Una fresca tarde de mayo, salí entusiasmada de la cabaña que mi amiga Mónica me había prestado para pasar el fin de semana largo a la orilla del mar.
La blanca arena, suave como talco invitaba a caminar por la playa y a encontrar un buen sitio para ver el atardecer.
Con mi sombrero y mi flauta en la mano, inicié la caminata. Era mi primera vez en Melaque y la idea de explorar ese hermoso lugar me entusiasmaba.
Sólo había caminado como diez minutos cuando de repente, entre las palmeras, apareció ante mis ojos un pequeño caserío. Era muy bello el grupo de pequeñas casas, todas pintadas de blanco, con sus techos rojos.
Me sorprendió escuchar voces de niños hablando por un micrófono.
― ¿Habrá una fiesta? Me pregunté. Y no pude resistir la tentación de acercarme a ver qué sucedía.
Una estrecha calle me llevó directamente a la plaza del lugar donde estaba reunido un grupo de personas. El hermoso kiosco de piedra rosada, adornado con guirnaldas de flores servía de plataforma.
Niños y niñas vestidos de hermosos colores se turnaban para hablar. Como apenas iniciaba el acto pude escuchar sus voces mientras me acercaba. Se trataba de una despedida.
― Hace dos años ―había dicho al comienzo una joven mujer que parecía ser la mamá de alguno de los niños― llegó a vivir entre nosotros la maestra Antonia. Todos hemos sido testigos de la transformación que se dio en nuestros hijos, en nuestras familias, en nuestro pueblo entero con su llegada.
Ahora, ella es enviada a otro pueblo que está en la misma situación que nosotros entonces. Por ello los niños de la escuela nos han pedido acompañarlos a despedirla. Vamos a escucharlos.
Después de esas palabras, uno a uno los niños comenzaron a tomar la palabra y a contar lo que había sido su experiencia con la maestra Toñita, como cariñosamente la llamaban.
Contaron su sorpresa el primer día, cuando en lugar de tomar asiento en su escritorio, ella les pidió acomodar en círculo sus mesas y se sentó entre ellos en una pequeña silla y nunca la vieron subir a la plataforma. Siempre estaba en medio de ellos.
Francisco contó que no sabía leer cuando ella llegó. Él no quería ir más a la escuela porque el maestro anterior le había dicho que era un burro que nunca iba aprender. Pero ella cada tarde después de clase se quedaba con él un rato más y con gran paciencia le ayudó hasta que pudo leer y escribir muy bien. Hasta pudo crearle un hermoso poema de agradecimiento que leyó delante de todos los presentes.
Alicia comentó agradecida que le costaba mucho esfuerzo aprender Historia, hasta que Toñita le pidió hacer unos dibujos sobre hechos importantes y nunca más necesitó repetir de memoria lo que decía su libro, porque siempre recordaba lo que había aprendido.
Para Andrés lo mejor de todo era la música. Su alegre maestra les enseñó a escucharla con conciencia, además de que en varios momentos durante el día interrumpía la clase para cantar y jugar con ellos.
Jaime jamás volvió a aburrirse pues tenía la oportunidad de trabajar con plastilina o con arcilla, haciendo hermosas esculturas que todos los papás podían admirar cada lunes cuando su maestra los reunía para hablar con ellos sobre lo importante que era que participaran activamente en la educación de sus hijos.
Así, los pequeños siguieron relatando sus experiencias.
Al final, la niña más pequeña del grupo subió a la tribuna y con gran emoción se dirigió a su maestra:
― Querida Toñita: todos mis compañeros han hablado de cuánto aprendieron por la forma tan hermosa en que tú nos enseñabas. Yo sólo quiero agradecerte que has sabido hacerte tan pequeña como nosotros, que siempre sabías lo que sentíamos, lo que nos pasaba, lo que nos preocupaba, lo que se nos hacía difícil y siempre, en todo, contábamos con tu ayuda.
Gracias a ti nos dimos cuenta de que nuestro pueblo estaba, descuidado. Tú nos enseñaste a construir casas hermosas con lo que la Tierra nos da y a tenerlas siempre, limpias y por dentro, ordenadas. Contigo aprendimos a reciclar la basura, a dejar de usar plásticos cuidar y respetar toda la Naturaleza: los animales, las plantas y hasta a las piedras, porque hemos aprendido que todo está vivo como nosotros.
Siempre recordaremos lo que un día nos dijiste: que nosotros éramos tus Maestros porque aprendías mucho de nosotros y que estabas segura de que el día que tuvieras que marcharte, nuestro pueblo seguiría creciendo en armonía con la Tierra pues ya habíamos aprendido a Crear, a Evolucionar, a Transformar…
Por eso, nos da mucha alegría que vas a ir a otro pueblo a enseñarles a más niños y niñas todo lo que nos enseñaste aquí. Aunque te extrañaremos, pero sabemos que estamos unidas en nuestros corazones.
Por eso queremos cantarte todos juntos “Sonreír”, la primera canción que nos enseñaste cuando llegaste a nuestra escuela…
Cuando los niños terminaron de cantar, la maestra Antonia les dijo agradecida:
― Todos ustedes han logrado esto porque toda esta belleza y este amor ya estaban dentro de ustedes. Yo sólo los acompañé para que lo descubrieran…
Yo estaba emocionada. Me alejé del grupo tan calladamente como había llegado.
Los días anteriores había estado preocupada pues había llegado el momento en que tenía que decidir a qué iba a dedicar el resto de mi vida sirviendo a los demás. Cuando salí del pueblo, había tomado una decisión:
― ¡¡¡ Seré Maestra…!!!