Un Cuento Muy Maravilloso
Este cuento nos cuenta de un sabio árbol que vivía en un bosque muy antiguo.
Allí habitaban hermosos duendes, flores, sapos de todos colores y bichos ultrasensibles.
Los niños del lugar todos los días acudían a visitar este hermoso bosque porque algo en sus corazones les decía que e ese lugar aprendían cosas ningún viento podía soplar o hacer olvidar.
El maestro árbol podía leerles cuentos un día o regalarles tortas de pera o invitarlos a descubrir las profundidades del lago espejo donde los aprendizajes eran eternos.
Los pájaros acompañaban a diario su tarea con una orquestra en la que sonaban chicharras y grillos; y una tortuga vieja que tocaba el piano.
Cuando el sol acompañaba el día jugaban y bailaban al aire libre, hacían picnics o pintaban con los colores de la tierra y las plantas.
Cuando llovía o se ponía fucsia el cielo, los niños y el gran maestro se hacían uno en una cueva, el templo sagrado que compartían.
Todos los niños participaban contentos al aprender los elementos de la madre tierra, o sobre sus amigos animales y plantas, el movimiento de los astros o el nacimiento de alguna semilla.
Si algún niño se enojaba o se sentía mal el maestro lo sabia contener y abrazar con sus amorosas ramitas entregándole una piedrita de la curiosidad que encendía rápidamente una luz en el pecho de ese niño y saltando se disponía a experimentar con algo nuevo.
En la copa de este gran árbol vivía una ardilla que le susurraba al oído alguna alegre danza para mover sus ramas que invitaban a los niños a moverse en ronda alrededor del maestro como si este fuera el centro de un sistema que irradiaba luz de inocencia, armonía y mucho amor.
Así, todos sentían estar manifestando lo mas profundo de su ser. El arte, el conocimiento y el amor eran los ingredientes sagrados de este lugar y cada uno podía recordar para que estaba allí a cada momento.
La unidad la paz y la verdad acompañaban a esta escuela a cada lugar y guiado por los angelitos del cielo creaban y recreaban mundos ayudando al planeta a andar en constante evolución.
Cuando las estrellas comenzaban a brillar y la luna volvía a sonreír, los niños regresaban a su hogar, al que con toda su vivencia recorriendo su ser, contentos corrían.
Las mamas y los papas se ponían contentos al verlos llegar y con los brazos abiertos los recibían y compartían entre todos, ese día tan espectacular que de sus corazones no se iba a borrar.
FIN